Fr Estephanos
La mentalidad del cristiano oriental, se impronta
en una espiritualidad ortodoxa del Reino, buscando el ámbito de lo eterno
y lo mejor es la Divina Liturgia. Es incongruente una espiritualidad sin la
Liturgia. No olvidamos las realidades eternas, por la iniciativa de los monjes
que son la salud de la Iglesia en defensa y pureza de la fe, con su vida y testimonio, enseñan a no
depender de las realidades efímeras y finitas, sino ir tras lo eterno, cooperando
en el espíritu filokalico: la verdadera belleza. Lo armonioso y auténtico no es
por nosotros sino que es dejarse moldear por
el gran alfarero, cambio importantísima para una comunión-intimidad y
amor con el Dios trinitario, intimidad, como muy bien acierta en palabras de …la
transformación es interior y como consecuencia afecta al exterior, salvando a
los demás. Se busca la vivencia en la fe, sin excluir lo académico, en contacto
con Jesucristo que nos muestra a Dios que nos conduce al amor del Padre en el Espíritu
Santo pero siempre Abandonar lo mundano, apartarse de lo
ostentoso, y lleva una vida de virtud, se une a la chispa del alma que no toca
el tiempo y el espacio, solo estará feliz en Dios en el despojo absoluto, en su
desnudez abrazando la cruz, al cobijo de su sombra como escalera que conduce al
cielo. El cambio se da en la dimensión espiritual en el lado espiritual de
nuestro ser, nuestra alma es la sede de nuestra conciencia. Cuando nuestros
cuerpos mueren, nuestras almas son separadas de nuestros cuerpos y continúan en
un estado de conciencia. La obra que Cristo hizo al resucitar de entre los
muertos garantizó que nosotros también tuviéramos una nueva vida espiritual
cuando venimos a la fe en él, y que en el futuro recibiremos nuestros propios
cuerpos resucitados y glorificados, tal como él. En este sentido, su exaltación
es también nuestra exaltación, trayéndonos dignidad, gloria y honor.
Al morir, Jesús es puesto
más allá del poder del pecado. No se puede tentar a un hombre muerto. Él es
puesto más allá de los poderes de la muerte y demoniacos. Pero Jesús muere por
el pecado, siendo el pecado el socio de la muerte. El pecado permite que Jesús
se enfrente a la muerte, y al encontrarse con ésta, Jesús conquista la muerte
en el sacrificio. Y las implicaciones de esto a favor de todos son estupendas. Entonces, en el libro de
Revelación capítulo 1 versículo 18,
Jesús el glorioso Cristo resucitado declara, “soy el
que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo
las llaves de la muerte y del infierno”. Él usó esas llaves para
liberarse a sí mismo, pero todavía las retiene porque un día él las usará para
liberar a su pueblo de la esclavitud del llanto, del dolor y de la muerte.
[Por el Archidíacono Dr Aroldo Baasil]
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